sábado, 13 de septiembre de 2008

Poeta en New York o Lorca un asombro entre rascacielos




La urbe devoró las retinas de gitano y no era cierto enfatizar con las tristes creaciones modernas, sin títulos y sin río Hudson.
Llegó a Nueva York tedioso y desorientado, deseando encontrar pequeñas casuchas de indigentes. Pero he ahí los Rascacielos, el bullicio, los negros de Harlem cubriéndole el cuerpo esteta, la carne de pato multiplicándose.
Brooklyn lo esperó despierto con sus fauces para tragárselo y defecarlo en rumbitas de mojones perfumados de barro. Y amó al niño Stanton en “La Balada” panorámamica del “Farmer” look and my —Granada era una simple Villa ante el monstruo infernal. Además, si la Andalucía anduvo mal, de vez en cuando cantó a los tristes grillos y a las vacas etéreas y desolladas de la cabaña aquella noche reptante.
Lorca alegórico, surreal palpó los trenes, amó el vértigo, se fundió en la Poesía desgarrada y brusca, crackiana, mortífera; y nació inconmensurable, deseoso de echarse al pozo como (el) niña que no cabe en sus senos una historia.
¡Oh, Poeta en Nueva York!, hijo de la luz y la oscuridad, ¡te elevo por encima de los astros, de las aguas, por debajo de los dígitos, las manipulaciones y las oficinas!
¿Cómo caíste?, ¿cómo te levantaste de entre los muertos?, ¿qué viste en el metal siderúrgico, en ese circuito de viento, dirigiéndose hacia ti?, ¿en aquellos desgraciados y crueles criminales?
Si tan solo hubieras vivido unos años más, descansarías como un niño acunado en mi pecho.
Brutalmente dejo el libro para leer a Yerma, al Cante Hondo, Canciones, el Diván del tamarí y la vida es una obra de teatro, de dolor, de frustraciones, de lástima, tan trágica como esa noche de 1936.

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