“Esta noche quiero cazar a la muerte…” dijiste en
trance de cervezas y hot dog bajo el quiosco del parque Duarte. Hacíamos el
filme, era noviembre y llovía lechosamente, llovían simulacros dentro de esta
cárcel arrancada de cuajo, desprendida de un tirón como usurpar golpes de hipocampos en peceras y me superpongo en vomito a los espejos
con tu nombre atado a flores amarillas.
Uno tras uno encendías
colibríes de la noche, posesa de Safo injuriabas los vínculos ―del sexo, de esa
sensación sabor a joderse, castrada de menstruación, menopáusica a los cuarenta
como ahora puedo levitar por tus ovarios ambicionando ser tu hijo, tu único
hijo dispuesto a sangrar. ―Me reviento en éter las muñecas y tiemblo.
El útero cuelga
de la lámpara del automóvil a media calle en La San Luis. En estalactitas
azules vistes de acasos, de embudos y te rompes apretando la impotencia de
mírame, te seduce el ritmo y otorgas la demencia a la muerte. Cómo pude acabar con
ella aun viva en espejos. Sigo sin ser tu hijo suicida del lavado o el toilet. Hoy
se revela tu vientre en las fauces de esta ciudad que se inclina en precipicio
que repta tu espalda.