miércoles, 2 de junio de 2010

Poetas de las miserias (entrega #8)


Reenvíos o contestaciones

1

Qué tengo que dar y qué me queda dar si atrapado mi pobre latido fustigado, apaleado, está deshecho a látigos. Horrendamente estoy enferma y la maligna fiebre penetra a sus anchas a mi espíritu corroído, royendo hasta cada instante —son heridas descubiertas anónimas— y poseo no ánimos de clarecer este sin sabor martirio. Todo hastía incalculable y hay visiones desintegradas asediándome sobre esta vida —habrá otra en que no sufra tal vejación (estereotipo manido, tiranía sin fe, desdichada sin amor ni alegría, sin nada esta vida). Cómo pervive un ser ajeno a tantas frustraciones si se apodera de los aires un vandalismo perpetuo, una nada pretenciosa, lujuria castrándome los ojos embarazados —hoy me esperan los amigos y amigas para celebrar lo eterno del maligno pero desde este tedio grito aunque me devore la demencia de levantarme más abajo—, terribles enfermos sin clemencias de la propia libertad de erigir el curso de mi historia.


2

Aborrezco a toda costa escribir u odio echar palabras al papel; pero alguien poderoso obliga retándome en geografías a que me destruya en este delirio que roe mis otras sin títulos y la adversidad incita mi suicidio (tomaremos vino, cerveza, ron y nos acomodaremos a la mesa a ver qué escribes en estos meses de ausencia). Observo la bahía crecer y los hierbajos amamantan el mármol, qué metal es éste —mis córneas retienen un puñado de edificios—, un pobre lamento de dialéctica si degollada vivo en malgastar o biengastar los anfitriones de un reloj jodido a perecer (agarremos a sesos el viento de esta mujer y tiremos su canción por la borda). Nómbrate coseno o hipotenusa, tangente desviada si pronuncio el nombre anombrado en los rostros horribles de la tarde si aborrezco a toda costa escribir poeta: palabra sospechosa, delicada en la flor del abismo. Poeta: palabra bruja azarosa y dudosa de la carne.


3

Santifico la carne en mi pecho —el hambre y el apetito lo sacio de hambre en acrobacias, en cosas buenas enteras repetidas, condenada me compadezco condenada, mentir la verdad creándome mujer libre de matar y mato mis piojos, mis ladillas, libre de vivir vivo iluminada de tentaciones, iracunda en iras acalladas y patéticas, me elevo hundida en la humana humedad dejada al alba sin pecado y sin su belleza, reproducción plácida, deformación en tuétanos de trigo, de arroz y leche agria cuando sin desearlo huérfana soy en oración y si me lamentara de la misericordia cubriría el sol y el agua con retinas. Sinónimo como antónimo de presente en lo eterno pasado y como flores ajenas atribuidas al mañana la esperanza de ver aquello ha muerto. Amo, deseo y odio dejarme ir en el suicidio aéreo, dúctil, paseándose… santifico los golpes, átomos y quantum revelándose en tabúes unificados en los escombros de la masa. Limpia manifestación en temores repletos de herramientas del paleolítico intangible y feroz. Confirmo la vida de bárbaros cimientos, confirmo la vida de seres prohibidos y el cielo lleno de cosas mías y los días son negros perfumes invadiendo el paraíso de mi sangre.


4

Necesario a veces mi corazón desea detenerse. Si muriera en este instante qué encontraría después del delgadísimo manto que nos une a la irrealidad. A apenados ángeles mutilados —no sé si a dios o a la vida de dios— siempre el mal estará en júbilo de que lo encuentre —quizá a mí misma o a la otra acariciándome —voy de inspección tan próximo a verme ahí en detenimiento, solo el insomnio dejándome ir en las ráfagas de las tormentas —y aterrados vemos lo inevitable.

A veces necesariamente desea mi corazón detenerse saturado de emoción. Qué debería encontrar en la niebla brumosa y fina si mis visiones gestadas en ti: a cantos de muerte saturna consumiéndonos inertes de tedio o al otro tú escribiéndome los ojos. Deberé lavarme la vida, no sé. Deberé lavarme la muerte, no sé. Grito el eco evaporizándose frente a mí misma liberada de culpas y oscuridades. Si amo la vida por qué temer. Mi corazón a veces efebo y adulto desea detenerse en la voz.


5

Háblame de bodas y chubascos —ve a decir a los idiotas que hemos visto aquello descender subiendo en pasmos— también diles que los astros rotundos y oscuros vimos en el agua bajar hacia las estrellas, así de súbito háblales de pechos que no miran mirando algo redondo flamear intacto y que los hombres y las mujeres han recibido el impacto de mi sed. Escribe espinas en tu frente, cicatrices aún vivas y ve a verme elevada por debajo de nuestros pies sin llegar a oscurecer. Quisiera que me hablaras de bodas y Marguerite. Ve a construir los ídolos en el río de éter de la cábala; también diles a todos de ésta… y que la vorágine aún duerme y si despertara de tantos desquicios qué sería de ti subyugado en la rabia de del homicidio. Y si la asqueante desesperación me entrara. Aprovechemos este instante hermoso en donde mi alocada lucidez trastorna al trastornado, quizá tu amante vuelva el rostro y no quisiera sentir lo mismo de la boda.



6

Soy una completa Medea, una pitonisa tratando de encontrar los carbunclos del viaje y la solidez, pero ya que importa emularte o estar en simulación. Bajaré a las doce bajo el enigma del café, inclinada a mi vicio supuesto de traje de lentejuelas y sociales. Bajé risueña en el atardecer subiendo y penderán dos gotas propensas del cielo aturdidas creando geometrías en aves que leen y memorizan largo el día en mis muecas sorbidas a melodía. La lengua a callar suena sin el eterno grito de silencio y odio aborreciendo las predicciones de la bruja arrugada, amándome en los trazos deformes y leves en el arroyo negro de mi boca. Ayer encuentro corta la lectura del café a doce junios, fría y chapuceada herida que pronostica a voces la leucemia del mañana en el terrible aroma solar. Ella del recipiente lee los golpes bajos, esas envestidas temibles que hieren. Bajo a tomar café en la calle San Luis anfibia, sombría y alegre.


7

Ruedan mis senos escogidos a ciegas doliéndome el pecho. Dardos o signos volátiles reposando responsables de aquella nuestra pena hundiéndonos símiles en la lluvia, dados en bruto acertados en diana de estos aerolitos echados al cielo y todas las flechas llevándose el viento a ver la tirada del azar respondiéndome a mí, a esta suerte anúmerica de infinitos números pares, dispares, indeterminados, reales y naturales. En bramidos ruedo sin rodar como crepúsculo frenético en un afortunado lunes vampiro. Son canicas rojas atrayendo la voz de los nos, tiernos sublevados y asimiles en la lluvia. Solo esto queda del resto de un domingo inagotable: ojos combinados mirándome lunes. Creo ver mis senos. Van deslizándose venas abajo en tus venas, me ha dolido y no lo sabes, quema y tampoco lo sabes, te dolerá y no lo sabrás en esas negras menstruaciones de Marguerite, caprichos galopándote en tu lengua de marfil en Trismegisto, y la suerte rueda a ciegas por todo el cuerpo en apóstrofes abiertas, en aires de otras cosas inciertas en los símbolos.

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