5
El arsénico fue el polvo carnicero de los negros. Era una prisa nublada en el bullicio. Las voces unieron el relámpago en las retinas de aquella multitud agria y sudada. Busqué su rostro de muchacho sordo, mudo, apenado. Y nos encontramos en medio de toda la sangre tirada en la arena, recogida por la sequedad macilenta de los hongos venenosos. La isla almidonada está ahí, cuajada de marrón con sus ríos arenosos, partida a mitad, pisoteada por descalzos pies sin sentido. La vaca ha muerto al devorar la esperanza negra de entre las hierbas, quizá vino volando y tranquila posó en mis labios como una mariposa tierna y verde. Los bufidos han traspasado la frontera. Es como si desde Haití sus gentes llegan por millares. Surge un lacerante mugido torpe de carnicería y las lenguas se funden, crean un hormigueo babeante. Un singadero vidrioso de ojos que miran, son espejos apagados. Está prohibido escucho, pero me aferro al destazar del cuero junto a los frenéticos cuervos. Una vaca muerta en dolor y no deberá ser comida. Es una ofrenda a los dioses. Pruebo aún caliente el hígado dulce de las lilas. Todo es tan breve. Corto mi cabeza de buena res doméstica. ¡Ah!, secos los intestinos, lívida lengua perpetua, levanto en vilo mi propia quijada goteante en rojas sombras como triunfo y de golpe me desmiembro los cuernos que empiezan a amanecer en las blancas risas de los negros.
Pero mamá cuando era chica entregó lirios y lotos a su estampa de voz, formando rostros perdidos. No importó que ella castrara al chivo de mi hermana. Poco a poco a mamá le exprimieron el cerebro tan púrpura. La lluvia borró sus pasos en la blanca soledad de juguetes y aire. Henchida su mirada negó deseos aniquilados y dudosos. Papá cuando era un chico el sol le arrebató de su torso la verdad de verse increíble en las aguas. ¿Qué pensó al oír los peces desovando en los guijarros? No supo contestarme cuando la sombra derramó en el rostro de mi hermano la sangre de una mujer sin nombre. Entonces mamá con los testículos del macho cabrío lavó las puertas y ventanas de la casa para espantar a los muertos. Yo y mis hermanos nos alimentamos de los sueños, de mariposas y pastos. Vivimos en un mundo de brujería y de vacas. A mí, por cierto, me da por coleccionar gusanos en el cementerio de las garzas. A mis hermanos les dan por coger en silencio lagartos, culebras y escarabajos. Y por antipatía nos tragamos los miembros descuartizados de nuestro vecino de juegos. Pobre, pobre Caribe de rata enloquecida, nos dijo que sólo era un juego de caníbales. Mamá y papá no les importó criar lombrices en las sábanas. Fue la tos que les mató la sangre de personas come manos. Al verlos metidos en un girasol, mis hermanos y yo, pegamos los ojos en el techo resignados en secretos de alas. Reímos como larvas en sus podridos cuerpos y siendo infantes huimos a la ciudad para olvidarnos de todo y vivir.
Han robado algo de mi carne. No hay lugar a esta hora del día que soporte mi cuerpo. Hay cosas vivientes en la penumbra de mi voz, horror, demencia. El sopor melancólico de la vastedad me traga. Indolente saquea mi habitación de mujer. En la mañana habrá plenitud en las imágenes de piel y a veces las hierbas en conciertos nombran el ahorcamiento de las palabras que andan y se entregan. Soy la raza perdida, desierta y carnívora en el olor del fruto. Aquella lengua ahogada está floreciendo en la frialdad de mi pestilencia. En este cuarto de mujer el agua en luto recorre los retratos de las sombrías paredes, ranura a ranura, simulando este pedazo de tierra en duendes impúdicos e hipócritas. Quizá hoy me desmiembre en luz, en esa agonía retrasada que sostiene al fin la herencia de mis antepasados.
6
A la exposición individual de Mar fue mucha gente. Hasta de la capital vinieron. Hice fotos de los cuadros más espectaculares. A Aparicio le gustan las abstracciones. Aquellas pinturas que no dicen nada y sin embargo, lo dicen todo. Después que nos tomamos el brindis del evento, Mar con sus amigos y yo, nos dirigimos a un restaurante para festejar el éxito obtenido. Llegué a la casa dando tumbos, media borracha. Y aunque a Mar le entró con que debíamos ir a un motel, me negué. No deseaba joder. No entiendo por qué me agarra pensar en cosas raras cuando tengo un trago en la cabeza, a veces es cuando mejor pienso. Ya entre sábanas y corchas, en forma fetal, degustaba pensar en Aparicio y su poética. Porque sé que el talento no es algo que se decide ni nada parecido, eso está dentro de cada ser humano, para lo que sea o para lo que sirva, no importa. Es el caso de Aparicio, el artista, sea que esté contento con serlo o no, no hay manera de evitar esa sensación, lo es y se encuentra aunque no se lo proponga, lo da a saber con su mirada, con sus manos, con su manera de vivir y de ver el mundo; y vamos al caso de que escriba o pinte. Comoquiera, ahí hay un potencial en él y no lo digo porque sea un ser humano de los ex espacios encontrados, no, hay tanta gente que puede equivocarse y estoy segura que no soy la excepción. Siempre habrá intensidad, sinceridad, fuerza, lo cotidiano y siempre esa complejidad de imágenes, en el artista, malo o bueno, pero artista a fin de cuenta, y no es que valoro eso de mal artista, sino el esfuerzo, al ser humano como tal. Después de leer, ver o escuchar algo una se conecta, reflexiona, atando cosas y no es confusión o desconcierto, son otras imágenes que se van ensamblando en la memoria. Creo que eso no lo provoca un artista cualquiera o de los afamados, o esos que le llaman de tercera y cuarta categoría, los de la seudoliteratura, literatura light o paraliteratura, como sea que la cataloguen. Siempre le dije a Aparicio que sea, y que guardara fidelidad a sus instintos, y sí, a la razón, que en todo caso nos hará creer en la medida que se logre poner pasión y equilibrio a la creación. Pero, ¿no puede una persona tener su buena razón y no creer?, ¿un ser humano aferrado a los instintos es más creíble que el de la razón pura o viceversa? El artista (Aparicio) tiene que ser mejor cada día, porque ya ha comenzado a luchar desde el vientre de su madre por todo lo que hoy queremos y hemos aprendido a conservar. Sólo conservemos eso que nos hace ser quienes somos, en este pedazo de universo que amamos, que más que tierra y sistema solar, es un trozo de corazón y estamos aquí en medio de la nada, del cosmos, así corramos para llegar a los astros lejanos, nosotros esparcidos como horizontes. Porque es difícil imitar las descripciones, y por eso los símbolos inexplicables que explican o lo que no se puede decir con las palabras en un papel, es más fácil hacerlo en una conversación, quizá hasta discutirlo, por qué no. Voy a ser bien sincera, creo que nunca antes había hablado del artista, me parece que una vez dije algo, pero muy por encima, muy apasionada, sin distancia, sin imparcialidad, quizá muy subjetiva, no por el artista sino por la persona, la pareja, que no es necesariamente el artista y que no es el artista en todas sus facetas en todo caso. Aparicio, o lo que se asimila a lo artístico, es muy oscuro y trata de romper demasiado con la sintaxis, tanto que a veces duele, duele en el sentido que es incómodo por las imágenes, su modo de ser artista, no hay forma de ver de una sola vez esas imágenes, hay que digerirlas despacio. No sé que estaré diciendo con oscuro, puede que barroco o bizarro y por el uso excesivo de adjetivos y de manera reiterativa del sustantivo, el verbo, sino que a veces se siente como que ahoga y sé que el artista podría ser más limpio, menos oscuro, pero el artista se ha propuesto ser oscuro y le ha dado la gana de ser oscuro. El artista puede ser claro, sin complicaciones, eso dependerá de él, del giro o el rumbo que desee tomar. Puede volver al principio y comenzar desde cero, quitarse eso, qué sé yo, tal vez era más limpio antes de que se fuera del país, aunque usaba más adjetivos, pienso que si quitara la adjetivación de antes y retomara un poco la sintaxis podría ser menos oscuro. Al principio cuando me juntaba con Aparicio notaba sus escritos limpios, (pero hoy son diferentes) como luminosos, y no por el contenido semántico, sino por la estructura, se sentían claros, luminosos y cuando digo claro-luminoso, que son palabras cliché de la gente que hace crítica de arte —me estoy viciando—, es como que eran simples, digeribles y esto no quiere decir que no tenían profundidad, que no sean serios, que no sean diferentes, pero se sentían más cercanos a lo que el artista quería decir, por lo que concibo y no me mortifico mucho, pero hay muchas personas que se apesadumbran por lo que el artista quiso decir en tal o equis obra porque el artista es una madeja de hilos en las garras de un gato. No es un maíz —como se dice— entender lo que desea decir el artista, esa intención del artista, que a fin de cuenta tiene que ver aunque la gente lo entienda a su gusto. Un artista famosísimo ha dicho que el arte difícil o de complicación es el verdadero arte como el Ulises de Joyce, Kafka, las pinturas de Picasso, Dalí, el arte abstracto, entre otras tendencias, y aunque se supone que el gran arte es el complicado, ese artista no posee la verdad absoluta; y quién dijo que las cosas tienen que ser difíciles, es mentira, es falso eso de que tiene que ser difícil el verdadero arte, el verdadero arte tiene que causar emociones, aunque sea de asco o repugnancia, si no te deja igual y ha cambiado algo en ti, ya algo tiene, eso lo importante; y los artistas no deberían preocuparse si todo el mundo se emociona o no, por ejemplo, si es de muerte, todos nos entristecemos, o si es de amor nos sentimos enamorados. No, no, que le cause a los demás los que les vengan en ganas. El arte en sentido general no es ¿malo?, ahora, cuando no causa ninguna emoción o placer no es igual. Cuando no te provoca nada, ahí si es malo el arte; pero si alguien algún día dice que un verso, una línea de narración, un simple trazo en una pintura, un gesto de una escena de dramatización o el concepto de un filme, le brindó algo de placer estético, le produjo algo, algún sentimiento, ya de por sí ese arte está pago. Creo que Aparicio tiene una lucha consigo mismo, por ser difícil y a veces trae esas dificultades a su vida, debe dejar de hacer eso, es decir, para que tenga que crear difícil no tiene que trasladar las dificultades a su vida a su obra, no tiene caso que se lo haga difícil. Entonces, ¿pasará su vida entera siendo o tratando de ser difícil?, ¿se le va a ir la vida viviendo así? Y aunque es bello para muchos vivir así, pero también cuesta muchas lágrimas y se llevará mucha gente por delante y luego, tal vez, le dolerá llevarse toda esa gente; entonces no tiene sentido que el artista viva llevándose gente que quiere y no quiere por delante y viviendo difícil. ¿Qué le quedará en el camino?, ¿mucha creación para que la posteridad disfrute?, y él qué, ¿difícil toda la vida? Diré algo que he aprendido, y creo que con firmeza, en estos años que he vivido junto al arte: el ser humano no debe dejar que el artista le robe la vida a ese ser humano, los sueños, y no debe poner nunca su vida ni sus sueños por debajo de nada. Sí, el arte es vida del artista, pero eso no quiere decir que tenga que morir por el arte (dejar de vivir por el arte), porque entonces dejaría de ser la persona, y una persona no puede dejar de ser una persona. Tiene que dejar que el arte fluya de sus vivencias pero sin que el arte le imponga vivencias. A veces creo que Aparicio se impone vivencia en pos del arte, de manera inconsciente quizás, como un juego que no le importa mucho, planificando lo espontáneo en su vida, y bien, y eso para la creación es grandioso, pero para la vida como ser humano de carne y hueso no debería ser así, porque si no, si fuera grandiosa le diera un comino que termináramos con nuestras vidas, con la relación de todo lo que nos rodea, si lo importante fuera el arte en sí; pero hay algo que le importa de las personas de hoy, de mañana, el artista no debe dejar que eso esté por debajo de nada; siento que el artista se dejará guiar por esa forma artísticamente macabra de vivir, y eso está bien si desea vivir su vida, no soy quien para exigirle cómo tiene que vivirla allá con la tipa esa. Pero le podría dar un consejo como vidente que soy, o esas propiedades que dicen que tengo: el artista no debe dejar que el arte controle su vida, no debe dejar que las cosas que él tenga que crear haga que viva cosas que quizás ni siquiera pretenda vivirlas. El arte como tal es libre en toda su plenitud. Porque creo que el artista ha vivido bastante, y cuando digo vivirla no deseo decir que no haya vivido, sino que él ha pasado bastante, ha sufrido bastante y ha acumulado experiencias inverosímiles, muchas cosas, y hay personas que son octogenarias por ejemplo, que nunca las han vivido ni la experimentarán, cosas que asombrarían a muchos. Pero si Aparicio ya no quisiera eso, sino otra cosa, si todavía posee sus sueños, que esos sueños estén por encima del arte, porque el arte es un resultado de lo que uno quisiera vivir, no lo que se desee vivir sea el resultado del arte y que la creación artística no le dicte lo que tiene o tenga que hacer en la vida.
7
Criatura del bosque acunada en mis rodillas, estás como un centauro o como una perra parturienta. Aún no despiertes de la iluminación. Sin temor alguno dejas mis labios sangrantes y el viento alimenta las plantas. Florece esta leyenda al borde de los matorrales. Abre tu espíritu y nacerás inalterable. En tu corazón hay perfumes derramados. Euforia de cimientos y raíces. Los pájaros hermosean espléndidos tu bello rostro de cabra edénica, y son caricias cayendo a mi oído como un bullente espejo aferrándose a la carne. Me desvelo infortunada y deshojo tu torso, la maternidad no es otra cosa que dar sin restarle nada a la vida, creyéndote infiel a mis bajos y altos instintos; quizás cobremos sentido en la intriga de toda la humanidad. Decir la verdad resulta a veces el peor de los castigos: la luz puede cegarnos tibios, mojándonos de verde los corazones y el retorno a la inocencia sucumbe impreciso por amor a esta dicha que nos eleva tiernos y convencidos.
Culpables o no, merecemos el paraíso de los dioses que alguna vez entraron en la hinchada casa de retratos roídos y malogrados. Amantes o no, conquistamos el silencio de la palabra para reventarla y retorcerla con toda su miseria, vacío y grandiosidad. Hoy debería creer en las manos acariciando un gato sin pelos para tatuarle la etérea sombra de los vicios de la humanidad. ¿Para qué soñar en esta irremediable mitad de huesos de tierra? Dormiré a la hora exacta de la apatía y la discordia. Miraré por una vez en cientos y miles de lunas y soles oscurecidos resplandecer la dicha de aquellos y aquellas que humildes levantan pétalo a migaja los restos de la vida. Crean o no, la mezquindad de ángeles blancos cubre cada imagen caricaturesca de los flameantes contrariados y turbios. Las alimañas rojas, blancuzcas y púrpuras han corroído el lastre de ellos por magmas pasajeros. Pero aún algo nos queda por vivir y cantar. La vieja y decrépita esperanza nos roe el pan de cada humano. Sí, algo nos queda por lo que creemos y por lo que vivimos en esta triste historia de monos y polillas. ¿Qué buscamos en negarnos, en mentir ocultándonos en el Edén de los perros? Ellos son la excreción dilatada de un cosmos sidoso y florecido en larvas purulentas. Ellos son los dueños de circos y risas de closet. Ellos los comprometidos en las bocas de las hienas desde sus tumbas morirán otra vez. Culpables o no, merecemos un infierno digno de cielos podridos y de una cobarde mirada de odio, de arrepentimiento, de una mirada mendigante que nos haga sinceros humanos en un abismo a flote y de palabrerías hundidas en lo sombrío. ¿Por qué confundirnos en este océano miserable y pernicioso? ¡Oh!, nuestros nombres de vivos muertos en el espejo de la luz de un jueves castrarán las voces de los injuriosos y los incorregibles duendes de la casa inflada de retratos carcomidos. Al fin seremos dignos de ver la poesía con sus miserias y sus grandezas levitar por encima de nuestras comprensiones como un relámpago verde atravesando nuestros rostros. Debería creer en las manos tanteando un gato sin pelos. Dormiremos a la hora exacta de la apatía y la discordia, así, tiernos infantes sin distinguir un aliento. Pero aún algo nos queda por vivir y amar: la esperanza de que cualquier día todo acabe de golpe sin vernos. Aún algo nos queda por vivir en esta mitad de isla sonámbula, nuestros bríos de sierpes y de sapos rabiosos, de aves y de fantasmas en locura, de asesinos y de papisas patiabiertas.
Es viernes o era martes. ¿Qué se yo si los días poseen la simetría feroz de las retinas abismales? Tu voz. Esa voz sale de todas partes. Una voz de quijote que enluta el día fatal, cruel, macilento, prematuro traspasando la noche con la luz de los labios, abriendo de par a par el pecado de Cristo. Supe del silencio hablador mientras el otro silencio acuchillaba. No vienes a construir los ídolos de sal, vas por el mundo recogiendo las visiones parturientas de los poetas hermafroditas. Te lanzas a cazar los faunos y los arquetipos de cigüeñas. ¡Oh remendada puerta! ¡Oh impulso estrepitoso!, cuando descansas así, así al borde de las escaleras, te dejas rodar y de tanto balancearte que no te desplomas. Esto falta tanto en las proscribes noches al verme el Suicidio que casi no veo mi rostro. Mataste cada fonema, cada forma y hoy vengo a ofrecerte a Morfeo, a Casandra, a Diana en la misma ensoñación posible de las flores que retozan en la azabache menudencia de lo infinito. Debiste contarme la historia, pero no han transcurrido las notas etéreas de la música infernal en la escapada lengua de la humanidad. ¡Oh electrizante lagarto!, el crepúsculo dejó los despojos de tu reptar en el subterráneo de mis huesos. Ya no posees nombre, todos te pertenecen, tan pésimos que la risa en germinación pervive en cada victoria, en cada sombra… qué te vas acordar, Aparicio. Es viernes o era martes. ¿Qué se yo de días si la macabra desolación penetra en todos los objetos? ¿Qué sé de números treces si partimos para no regresar? Tu voz, Aparicio. Tu voz confluye en todos los nacimientos de las amistades desgraciadas, de aquellas que se encuentran en otros mundos para respirar temblores y melancolías. Era nuestra juventud tres veces por encima de las nebulosas, de esa leche nodriza que se descuaja al ser tirada por las calles vacías de las ciudades y los campos. Voraces no tuvimos compasión y asesinamos la fruición de ver las aves levantarse.
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