jueves, 18 de septiembre de 2008

Promontorios



Me he visto en el suicidio después de verme a los 40 —estoy desentendido en la voluntad de viajar por mi desconocer de mí mismo.
Soy en la sangre, en las palabras objetos: las tactos, las sorbo a sabor, las acaricio, les hago el sexo a sonido y forma, penetro en ellas y habito en el decurso de la disonancia.
Así me soy, me digo en logaritmos, en trapecios uniformes y deformes, columpiándome a favor del insomnio y a favor de la sinceridad al decirme ante mi inactividad de ver las cosas como no cebarían ser [o que son, pero las miro como no son]. Soy fragmentos sucesivos impropios. Me diversifico a representaciones de pliegues indeterminados. Como rostros de perro, gato, meduso, becerro, culebro, sapo, grillo, pez, alacrán, ave, rano, edificio, carretero, centauro, esfinge, metal, cieno, arácnido, aguas, sombras, minotauro, en una sola imagen desprevenida. Lo que menos soy es humano. La representación de lo humano de ser en mí está abismado. Y me duelo y me enaltezco en ello.

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