A veces cuando leo poemas de este escritor griego nacido en Alejandría, Egipto, en 1865, y muerto en el 1933, siento la pasión melancólica de él mismo poseyéndome, desbordándome arbitrariamente en sus amoríos inversos y obscenos.
Con la poesía de este escritor aprendí a respetar aun más a los homosexuales y a las lesbianas. En mí halló su poesía un adepto, por su valor y fuerza, por su grandeza en decirse y nombrar lo que sentía pese a críticas y censuras —debo de aclarar que hice poesía invertida mucho antes de conocer sus poemas; simple y llanamente lo hice por dos motivos: primero, por no ser explotado este tema y por ser un tema tabú o prohibido en la literatura del país; y segundo, el verdadero motivo que enalteció mis sensaciones, por ver tantas lesbianas y homosexuales reuniéndose en los lugares visitados por mí y mis amigos —en lugares públicos por cierto y en la universidad en menor grado. Luego escuché decir que habían algunos textos esparcidos por ahí refiriéndose a este tema y que más tarde fueron reunidos por Mélida García en una antología gay, la que adquirí años después de su publicación.
Kavafis me abrió nuevas puertas para explorar esta condición humana, tanto así que llegué a desear —en instinto— la experimentación de las emociones de estos seres increíblemente perturbados.
Realicé todo a mi alcance para llegar a hacer amistad con muchas mujeres y hombres invertidos, los y las cuales, en su mayoría, eran muy jóvenes. Conseguí creer que esto solo se debía a un problema de identidad de género, confusión en los neófitos; pero me di por enterado que no tan solo esto era el dilema sino también otros como: sociedad, crianza, radicalismo fundamentado obsesivamente, publicidad televisiva, preferencias, modelos, tratos, violaciones, rebeldía y otras tantas complejidades.
Lo de Kavafis quizá no era nada de esto, sino ese deseo de contradecirse a sí mismo, negarse ante la sociedad de ese entonces, de oponerse al sistema —como tal al de la heterosexualidad—, de experimental con algo nuevo y qué mejor con alguien de las mismas simetrías idénticas.
Creo que es algo penoso ver y escuchar a especialistas en la materia (medicina de la conducta humana) decir que las y los que incurren en esta práctica sodomita están enfermos. A lo que me opongo sinceramente, solo vayan e interactúen con ellos y ellas, son seres humanos que sufren y viven como cualquier otro, que también callan y desean serse a pesar de sus dolores, que tienes tú, yo y muchos.
En mis análisis de este estado humano en mis poesías (o en mis poemarios: Habitantes Invertidos, Ciruela y Acantilado de las Flores, aun inéditos) muestro las emociones y sensaciones que “el muchacha” y “la muchacho” experimentan. Estos seres andróginos, súcubos e íncubos, interactuaron conmigo y mantuve un alto grado de amistad, casi se diría que hasta la sinceridad y aun algunos(as) mantenemos esta gran amistad, los (as) cuales me explicaron detenidamente la fiesta mórbida y herética de sus pasiones, del sexo, de sus familias, amigos, amigas y como ellos(as) ven la sociedad en que viven.
Kavafis se encontró muy limitado en la época en que vivió —hoy día hasta contraen nupcias— pero como el poeta puede fingir en imaginación cualquier postura de la condición humana, halló en la Poesía la liberación del alma, aunque mantuvo oculto sus experiencias con los amantes por temor a la sociedad.
Todo esto no quiere decir que ando en la onda de ser homosexual, no, sino respeto este modo de ser de cualquier ser humano, solo me ha llamado la atención en el valor que tienen en afirmar lo que son sin avergonzarse.
Sabemos de las características comunes de los homosexuales y las lesbianas: visten y tienen distintas maneras de actuar que los y las delatan inmediatamente: sus cuerpos son afeminados y masculinizados. Pero hoy día ocurre un fenómeno oscuro, anormal: las llamadas lesbianas son tan femeninas, tan mujeres exteriormente como cualquier otra heterosexual: ellas son ellos. Lo mismo pasa con el homosexual que a veces suele ocultar su naturaleza invertida: hablan y actúan como hombres normales pero al final ellos son ellas.
Admiro en sobre manera al travestí, único ser de esta clase que asume su rol con responsabilidad, sinceridad y sin temor a la sociedad, es un ser sacado de la fantasía como ángeles sin sexos poblando los rincones de nuestras casas. La androgenía no viene por heredad de genes sino por fe. Tal vez mi poeta griego quiso ser un travestí en sus tiempos. Kavafis tuvo fe en su aptitud, por eso la llevó a Poesía:
“No tengo ligaduras;
me abandoné del todo.
He ido en la noche iluminada
hacia goces que eran mitad reales
mitad elaborados por mi espíritu
y he bebido un vino fuerte
como beben aquellos
que se entregan valerosamente al placer”
No hay mejor forma de asumir y declarar ser invertido como lo hace en este poema llamado “He ido”.
Ya no hay temor, no se está atado a nada, solo dar rienda suelta a lo que se siente, a su pasión de dios embriagado y decidido a darlo todo por el placer, por el amor de un amante.
Este valor de Kavafis se resume a un valor universal, que todo ser humano experimenta una o varias veces en la vida —o al menos que haya muerto antes de sentir esta maravillosa emoción— y es la fuerza del Amor, que nos mueve a vencer obstáculos, a creer, a no renunciar por lo que amamos, a continuar pese al sufrimiento, al dolor, a las frustraciones; y para reafirmar esa voluntad de amar dice Kavafis en unos de sus poemas:
“Tamedis me ha dejado por el hijo del aparca
con fin de obtener una casa en la ciudad
y un palacio sobre el Nilo…
Tamedis fue mío
y no por un palacio
o por una villa sobre el Nilo”.
Aunque Tamedis lo dejara, Kavafis estuvo alegre y dichoso, se regocijó, porque él fue de él por amor auque lo dejara por cosas materiales. Sí, vemos la resignación de un amor perdido, pero no todo está perdido, el joven ha sido del aeda y tiene la esperanza de que regrese por amor a voluntad propia y no comprado.
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