domingo, 24 de julio de 2011

Poemas de segunda mano


Blanda caracola

Aspiro ocres canciones eléctricas, ¿se detuvo el frío en definitiva? No. No canto apetecer el mezquino beso de los miserables, ni los números tibios, canto las canciones dispersas por ausencias y animalismos, por la mitad de los rostros que danzan en las ventanillas proyectadas en los edificios públicos, canto estas canciones para vivirme en sepas y enunciados, para creer en los limos de mi voz al pastar los merengues de Rasputín y Juan Luis. Mañana hubiese de vivir por la espera si conquisto parte de esta noche en los portales de los sueños como un apetecible mimo sin su rostro tintado de neblinas. Se detuvo el frío en la otra residencia de este sur platonismo o en la farsa licencia sintética de las calles, presencia de Odiseo pitando al perro del vecino orinándose en esferitas de plata, cantando este merengue apretado a mi blanda caracola. Redescubro el infante en la sal de los planetas heridos de tinieblas e igual no importa volver a la pianola de mis uñas trenzadas de revés. Esta canción en otredad parará a una distancia prudente y la gente dirá que el ruido de los altavoces enloquece, que morimos multiplicándonos en los conciertos de nadie, en las deformaciones. Busco en mis retinas el reflejo de mis pasos dirigiéndose a la plaza, canto el silencio mientras despierto sin lengua en el sueño.  

Mito de la lluvia

Es tuyo el mito de la lluvia trepando la intuición del agua. Tu silueta inunda la luz y apenas moja tu mano. No, ahí no son tuyas las hojas que en ti se extienden: miembro suave y tibio en mi miembro mórbido y vehemente. He visto la ternura del odio, del amor y susurro el nombre, ese nombre poseído por la noche blanca, depuesto huérfano en el decurso de los males, pero ese pesimismo aún nos salva de esta horrible ensoñación, de ese mito fundado en el crepitar de tus dedos abiertos en el agua y nos retiene insomnes en la siniestra creación tan parecidos, tan diferentes buscándonos para el desencuentro en el atardecer, en la fuente miserable y torpe que guarecida en la margen nos destruye bajo el signo sublime de la poesía.

A las siete exactamente

Aquí se adornan los pájaros y se posan a picotear el cielo fingimiento espejos. Aquí frente a mí ellas están besándose a chorros inclementes en lésbicas anatomías, mordiéndose los bajos vientres y las sales. Detrás de mí existen los mantras y los mitómanos escurriéndose en la lluvia de enero y otros días idénticos, escuchando asimétricos la levedad de la música y comiendo tostadas gringas. Aquí flotan las cabezas a las siete exactamente de esta noche tibia, en éste o aquel sonrojado enloquecimiento. Aquí los sueños son senos de mujeres machos a las triste siete de esta noche desdoblada en mis manos, aquí son ellos tan ocultos en el celaje de los espejos.

A una niña muda que vi en el parque una tarde

Desde que era niña no sé cuantas veces han clavado en mi cuerpo la sensación de poder oír a los gorriones. Esta sordera gigantesca se traga mi voz y sola de interior me expongo: esta mudez temeraria algún día tendrá que desaparecer. No entiendo desde cuando ha empezado con la vida este infierno agitado en mi lengua, sólo puedo reconocerlo al ver caer la Lluvia y sin saberlo ya estoy durmiendo. Construyo jeroglíficos en el viento indicando una necesidad ultrajada. También sé, con cierta desmesura, rozar con mis dedos el polvo del camino que va a la Catedral y comunico con gestos a mi hermana que deseo ver el rostro de Cristo, que igual a mí, no sabe decir una palabra. Pero algo alivia mi desesperación, mientras esta estatua permanece inmóvil en el Vértice del altar sin hacer alguna mueca, yo puedo moverme como el aire y hacer ciertos sonidos no aptos. Por esto río todo el tiempo. Observo el vuelo de los pájaros y garabateo con mis ojos el hermoso rostro de ella. Es tibia al estrecharme en suspiros y con toda esa extraña peludencia me invade en las noches y jugamos hasta altas horas. Cosa que a mis padres no les agradan mucho; pero aceptan porque hay que ser sociables entre familia. Cuando mis padres supieron mi estado trataron por todos los medios de esquivarme, eso no importa, tengo a Verónica. A veces es tan malcriada; cuando no le hago caso al estar poseída por unos de mis trances su rabia traspasa todo el cielo. Me fascina verla escribir cuando desea algún mandado urgente en la mesa de la cocina, se encontrará con su amada. A duras penas he aprendido palabras. Ya no le cabe una más, ha empezado hacer bosquejos en las paredes, seguro se le ocurrirá algo para que nuestros padres no tomen en cuenta los Heraldos que vienen de las sombras.

Donde me vi un instante

¡Dónde está aquella en donde me vi hace un instante! ¡Dónde aquella que diría tengo la terrible enfermedad Humana! ¡Miseria! ¡Miseria en los suburbios! Mis ojos asumen cada doblez, cada cloacaria sonrisa interna en los puñados de gentes que pasarán y que pasan en aquella donde me Vi. Seré la arpía de lo soles, quien los oscurecerá con las palmas de sus manos, quien castigará el fuste de la discordia amamantada por la debilidad de los hombres huyendo del fuego que devora las imágenes.

Hoy dejo atrás la esperanza de quienes son las bestias enfermas siendo la miserable histeria, virus fecundo, inmune a los achaques. En unas horas seré aquella en donde me vi…perseguida por Ángeles y huestes pacificadoras, derrochándome así en las calzadas y otras cosas similares a una proxeneta como quien le debe el alma al diablo. Aún no consigo entender el por qué me veo asechada por un cuerpo cubierto de ojos como deseando torturarme, desnudándome hasta los tuétanos para descubrir mi secreto.

Mi mejilla arde en lava por la ternura del beso. Mañana me veré en aquella donde me he visto, y estaré dormida, tiernamente terrible, entregada a la astucia del odio, de mi odio enfermo en deber tanta pesadumbre a lo ancho de los cielos.

Posibilidad del suicidio

¡Qué corbatín hermoso, largo! Cometa negro, seductor de vida. Aprieta y desgarra presuroso mi cuello, lo eleva a los astros. En vilo pendo, balanceándome como el tiempo al aire, bajo un árbol teñido en púrpura, y la sangre fluye, se aprisiona y se posa gradualmente en mis ojos, en toda la extraña cabeza amoratada.

¡Asfixia! ¡Qué placer eyacular volando!

Los temblores eternos van buscando el recogimiento, el afecto de las suicidas que encuentran un alivio en el acto. Me socavo en el entumecer de mi Frágil pescuezo. El sol esparce el canto en todo mi cuerpo rígido y escucho las parlanchinas decir del estado catastrófico de mi carne. Las veo abrazarse victoriosas, lamentándose del hallazgo.

¡Qué lazo tan preciso y anudado! ¡Qué hermoso sueño Corto!


La amante

La dejan a la puerta y toca
no ha recuperado la conciencia
y la excitación es dueña de su mover torpe.
Rellena de líquido no desea nada
sólo morder, mordisquear aquellos senos.
Abre la amante que se pregunta
si la vida son flores, rayos y sueños:  
así sería preferible acostarse con la amiga
que le ha propuesto amarla infinidad de veces.
Borra los días y el mañana
que será ave y niña de fábula:
vomita, maldice, llama a dios
a satanás, llama y el grito traspasa el viento
cae, se levanta en busca de los pétalos
ve que todo da vueltas y vueltas.
La amante prepara ropas íntimas
coloca migaja a migaja las caricias
en el vientre de la luz
se aman desentendidas de los golpes
de los pujos y las salivas agrias.
Amarse nueva vez a dentelladas
beberse el subterráneo aroma
y complacer los arrebatos
largarse y no volver el rostro
para regresar a soñar en las sobras
de la mujer que ha estado gimiendo.


Lorraine Will o Eva


Bebo todo hasta reventar de locura
acercar mi rostro a sus ojos verdeazules
y cantar la lluvia de Lorraine Will.


Escogía día a día las flores cantoras
de los bares pusilánimes
se las metía por las sombras
la quise borracha, drogada, de pena
y angustia escribiendo mala poesía
como sus dedos encorvados.


A cada rato bendecíamos al revolcarnos
mintiéndole a la soledad
y apareció la niña en la jungla fría
tiernamente adorable
cuando adolescente emanaba cielo e infierno
y de adulta prefería mojar la vagina
de cuantos penes se topaba en las calles.


Creí en su carne adicta al cigarro, al alcohol
unas veces fuimos a la mar
las olas dejaron de respirar viéndola desnuda
y tirada en la orilla nunca creó un pedazo de feto
si le preguntaba su procedencia
veía Ángeles reaparecer en las ventanas
y me demoraba al ir con ella a la bañera
se meneaba duro y su astro
era el jardín de los amargados.


Lorraine Will tenía acento de pétalos y tortura,
masticaba mi lengua, la volvía verde, adiposa
su balada era dulce e iluminada
pretendía mover intervalos en mi clítoris
y una tarde apareció en un rodaje cinematográfico
llena de troneras con olor a sándalo:
marchó por donde había deseado
y no me sacio de mirar la puta del espejo.


Palabra de deseo


Perderse entre la misma agonía
orgasmar dedos en las arenas de las calles
ausentar la memoria en lo servible
cuando el valor en el objeto deja de ser
cansarse de todo aborreciendo las madres:
Eva, Lorraine, palabra de deseo
con mi mundo en su bajo vientre.

Anónimos

Nos besamos hasta quedar sin equilibrio;
desnudos, consagrándonos al placer
nos abandonamos sin temor de pecar:
los sexos se frotaron arcanos
en la delicia espesa del polvo.


Poblamos el azar de imberbe
deseos escarlatas y amarillos:
era la miel brotando sin pausa
en aquellas babas delicadas.


Desde entonces todas las tardes
regresamos anónimos a lo prohibido.


Parte de nosotros


Con rabia golpean,
lloro y no siento el pecho.
La voz es tierra y semillas aún no germinadas.
Ofenden mis retinas de sangre seca,
me permito morir de alas
y mis tormentos son geografías.


Ensayo ahora el caos
y la promesa del deseo.
Tiemblo con dicha,
río y mis labios están inmóviles,
en algún momento se agotarán sus fuerzas,
ella se irá para no volver
y despertaré plácidamente incierta.

Kavafis*


Llegaste en el mismo estuche,
en saltos de islas improvisándote
en la astucia de un predeterminado
Ulises sin sombrero de mago y su capa,
sin la vacante de bestia compleja y alada,
sin invenciones y Circe.
Desde el hotel Alejandría asomaste de repente,
sin uno estárselo esperando,
con traje de poeta oculto
y reíste al lado de la caricatura
que se burlaba un poco de todo y por todos.
Y ese histrión tendido a tus muslos
rendía y rendía después de una partida,
después  de enloquecer azules
y eso se lo atribuiste a su cortísima edad de silfo.
Así como llegaste,
malditamente desapareciste en el Peloponeso.
Así, así, de a poco en los golpes
de tus padres que se morirían de pena.
¡Oh poeta devastado!,
hay una maga con anillo
al dedo gordo de las manos,
un Circe hombre,
un brujo pirotécnico para acariciarte despacio.


Hiperión*


Caníbal de fuego astral, dios azul, a la gran puerta
estuviste en musgos y hongos esperándome;
pero adelante, la nueva voz allí permanece intacta,
sedienta en forma de renacuajo inmenso, proclamándote.
No somos ni pertenecemos a palabras duendes
y ni a superficies romas, sino a la terrible lluvia,
a esa mujer Pasífae con su boca repleta de serpientes
y en los huecos de sus retinas permanecen peces del Estigia.
A esa niña Circe germinándole desde su bajo vientre
cerezas y fábulas reinventadas.
Los fetiches construyeron el abecedario
de la agitada noche en aquellos seres tuertos
y babeantes en jardines y ellos poseídos por Babilonia,
sus lenguas videntes, evocaron lo no visto.
Titán del cosmos, perro planetario destrozándolo todo
sin importarte la vida de las lesbianas
ni de los hermafroditos, sino la de los travestis,
aborrecí la arrogancia, maldije
y preferí quedarme maldito y sin esperanzas.


Radamantis* 


La urbe devora las retinas
y es cierta la triste creación moderna
sin título y sin río Hudson.
Llegaste de tedio, deseoso de encontrar
pequeñas casuchas de indigentes
y los rascacielos, el bullicio, los negros de Harlem
cubrieron tu cuerpo esteta de pato multiplicándose.
Brooklyn esperaba despierto con fauces de Antíope
para tragarte y defecarte en flores y cine
y al erómano en la balada azul,
en el panorama del infierno,
lo amaste tanto y lo liberaste de las cadenas.
En esta ciudad eras un triste grillo
cantando canciones de caballos,
eras una vaca etérea degollada
y en la reptante noche alegórica y surreal
tanteaste los trenes, el vértigo desgarrante y crackniano.
Naciste inconmensurable al echarte al vacío
de los senos de esta historia;
¡hijo de brujos y gitanos!,
Pan invertebrado de la luz, inmolada sombra, juez errante,
te elevabas por los astros de las aguas del Aqueronte,
por debajo de los dígitos y las manipulaciones de oficinas
y miraste el metal siderúrgico
en el circuito gris dirigirse a ti cayendo,
levantándose de entre los vivos como una cruel desgracia.


Leto*      


Eso dijiste cuando lanzaste los colibríes
por las estrias de las pinturas en hombres
y mujeres necesitando ser hasta un instante la noche.
Ahora creerás en publicidad gringa
y Proserpina por cuestiones ortográficas;
no creíste en aquellas avecillas New York
y no te cansaste de etiquetar verbos
y pronombres de alquitrán colgados de un riñón fauno.
Ya no diste alcance, sino te quedaste
en el tempotránsito de la esperanza de Safo
y esa vez plantaste tus senos de cabra Californiana.
¡Ah!, y ella estaba en Malibú a plena desnudez
como estrella de una revista de sociedad hollywoodense,
lujosa y raquítica con pose de Marelyn teñida de droguería.
Volviste a gritar ahogada
al presentir las aves poblando tus uñas
y con voz de estadista apuntaste los pájaros
en aquellas pinturas deseando ser por un instante la noche.


Ares*


Tomaste la fotografía de plomo y flores,
tirada al polvo sin ningún objeto impreciso
e iluminado de crueldad bajaste
de aquella sombra que sonría sodomita,
miraste pasar el tren, detonaciones y guerras.
Un infierno cabe en tu mano
el cielo pasará de soslayo,
y el tiempo trascurre por tu ojo dopado de asesinos.
Tu corazón estará alegre en el azufre de los mendigos,
de las villas y barcos ebrios,
en orígenes cavernarios y desiertos
y de pueblerinas damas a domicilio.
Homicidaste la palabra,
enalteciste el ego y escribiste el silencio de la noche.
Aquel silencio estaba más allá del silencio,
oh bárbaro destello de gusanos y etnias
diamantinas pastando la terrible
vista de ángeles no alados,
aquellos esclavos dioses enfermos
taladraban la luz y los demonios.
Allí, a la sombra, viviste la tierna imagen alucinógena,
esperaste la muerte y la vida
yéndosete de los huesos,
donde el infierno no cabe
ni un cielo pasa en la punta del ojo. 

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