lunes, 22 de marzo de 2010

José Acosta, Chinua Achebe, Noé Zayas, T. S. Eliot y Stefan George

José Acosta
Y De Repente

(Aún hay un árbol en mi niñez
que siempre quise trepar)

Y de repente encontrar en mi memoria
el misterio de una puerta
que una vez no quise abrir.
Trasponerla y descubrir del otro lado
el otro destino que nunca tomé.
Verme, entonces, bajo la lluvia
de una ciudad desconocida
ignorando el amor de este perro
que silencioso sigue tras de mí.
Y sentir en mi inconsciente que esta calle
me conoce, y que, tras otra puerta que ahora
me detiene frente a sí, pueden estar
los objetos amados de otra casa mía
o el espanto de hallar de nuevo
la realidad del lugar donde siempre
he permanecido.


El Relámpago

El relámpago nace y no tiene tiempo
de recordarse a sí mismo.
Rasga el rostro del cielo, y no llega a comprender
que es la única herida de la nada.
¡Quién pudiera escalar
su esquelética forma de raíz
para mirar por sus rendijas
el escondite de Dios!


El Universo Resuena Como Llovizna...

El universo resuena como llovizna
sobre el agua,
imperceptible como el susurro de un árbol al crecer.
Estamos encerrados en una dimensión oscura;
la noche es la sombra de una pared lejana;
Dios vive del otro lado.
No te has preguntado ¿a quién le ladran
los perros?
¿Qué ven que tú no puedes descubrir con tu linterna?
Es al sonido de la eternidad,
al espacio que tú sólo conoces en sueños
y crees irreal.
Es a él mismo a quien el perro le ladra,
al ladrido que rebota al colisionar con la noche
y regresa irreconocible.
Es a ti a quien le ladran los perros,
a tu presencia que por tus pensamientos se desborda
llenando la Tierra de murmullos.


Madre, Si Te Dijera Que Estoy Cansado...

Madre, si te dijera que estoy cansado de vivir no me lo creerías. Yo no sé cómo te está yendo allá, adonde te fuiste aquel día, dejándonos a todos llorando. Aquí, lo mismo, y eso es lo triste. La casa que habitaste la está destruyendo el tiempo, y en el jardín, tus rosas se secaron para irse contigo. Ya nadie nos conoce en el barrio; la vecina murió, y el gato, y aquel señor que un día te amó y que fue en la tierra nuestro padre. No sé, madre, si llegan a ti mis oraciones y si algún día volveré a verte para contarte más sobre este mundo. Sólo espero que estés bien y que no sufras.

No temas cuando al ver tu brazo extendido junto a tu cuerpo no lo sientas ni lo reconozcas. Es que la vida se ha ido de allí, se ha alejado dedo a dedo como si apagaran las luces de sus sentidos. Entonces verás la oscuridad verdadera, la eternidad materializada en la insensible lejanía de tu mano muerta, en la fragmentada rosa de tus dedos. Querrás llamar lo que ahora roza la palma helada de tu mano, ese aceite que de otro modo lo hubieras percibido tibio y distante como la dubitativa presencia del amanecer. Querrás peregrinar en el espacio vacío donde crece la rudeza de un puño, o la caricia que rueda por la arena como un ahogado. Pero es tarde y ya todo comienza, la vida tiembla a la orilla de tu muerte, llena de lamentos infinitos, de ruidos que se gastan, de aromas que persisten más allá del susurro. Pero es tarde y ya en ti campea, perdurable, el abandono.

Fracasaremos, y hay pavor en decirlo abiertamente, porque en el fondo, aun en el último segundo de la vida, no lo creemos a ciencia cierta. Pero es inútil no admitirlo, gritarlo a viva voz: ¡fracasaremos! Hacia cualquier lugar de la dicha que vayamos, en el refugio del triunfo, donde nos coronan, detrás de los laureles, fracasaremos. Y no hay un arco azul que nos redima, una mano propicia al borde del abismo, o una simple oración llena de culpa. Incluso al final de la carrera, al romper la cinta de la meta, en la eternidad que cruza ante nosotros dejándonos pasar, fracasaremos, y esa es la verdad.

 
 
 
 
Chinua Achebe

MARIPOSA

*el original en inglés

La velocidad es la violencia
El poder es la violencia
El peso es la violencia
La mariposa en busca de seguridad ligereza
En ingravidez, ondulado vuelo
Pero en una encrucijada donde moteado luz
Las caídas de los árboles en un temerario nueva carretera
Nuestros territorios convergentes cumplir
Vengo repleto de potencia suficiente para dos
Y el suave mariposa ofrece
Sí mismo en sacrificio de color amarillo brillante

*Butterfly

Speed is violence
Power is violence
Weight is violence
The butterfly seeks safety in lightness
In weightless, undulating flight
But at a crossroads where mottled light
From trees falls on a brash new highway
Our convergent territories meet
I come power-packed enough for two
And the gentle butterfly offers
Itself in bright yellow sacrifice
Upon my hard silicon shield.


Conocer nos priva de maravilla

Si no hubiera destrozado
las túnicas temerosos de la noche primordial
para robar la fuerza, que instala los cuernos
en doghead y sembró la insurrección
durante la noche en el pico casero
de una gallina, había dado la razón no nos
garantía de ese día todos los días se rompa
y restablecer matriz del sol para desarmar
figuraciones fantásticas noche--
cada amanecer
sería guirnaldas en la puerta de la ciudad
y acompañado con tambores reales
a una fiesta estupenda
de un mundo asombrado.

Un día
después del paso de una tormenta de abril oscuro
las aves de éxtasis seguido los surcos
canciones de la siembra de amanecer cuando el tiempo de
ahora era pasado el mediodía, sus espumosos
toma nota de germinación encantamientos verde
todo el mundo para liberar al mundo
de la muerte Harmattan.

Pero para mí
la celebración es hacer creer;
el cambio clamoroso de la temporada
se oscurecerá las colinas de Nsukka
durante una hora o dos cuando se trata;
un huracán golpeó mi cielo--
y una canción de la liberación.



 
Noé Zayas
Malva

Huyo hacia ti, penetrante, asciendo hacia la muerte,
la ciudad que tú eres se vuelve un laberinto.
Tu vientre es esta fuente donde abrevo:
         azahar lloviendo sobre la desnudez de los amantes.
Nos quedamos dormidos.
    El agua corre en ti como granos de cristal en los cerezos:
somos dos cuerpos de piedras que resisten al tiempo y sus fatigas.

Y yo me quedo dundo, ahogado en tus ungüentos,
errando en tus seis pecas esféricas.
Consulto mi carta de rutas, busco a ciegas,
doy vuelta de tu ombligo a tu ombligo,
corro hacia tus pezones, ruedo hacia bajo y caigo en ti,
                                                                              embriagado...

Viajo en tu cuerpo.
¡Oh, espacio, dislocación,
madeja del tiempo en sus batallas,
muerte, incertidumbre,
nadie estará el día del descenso!
Sé que la ventana por donde miro
             (desolado rincón, páramo, polvo de carne y sangre)
puede ser tú,
y el mirar me ha hecho un hombre triste.

Ir al pozo (sin cántaro; cárcel del agua)dudar del paisaje que es la ventana,
luz, cuerpo tornasol de la navaja en la herida.
Y a una yarda más allá del límite (sin apresuramientos)
al niño que nos ofrece la rosa perfumada,se le dibuja, como un escarabajo de cristal, la pobreza
por diez pesos devaluados en sus trescientas veces menos.
Nos preguntamos si no será sólo un hueco.
La interrogante me deprime,
me hace llorar en sus bordes.
                                  Y si lloro en el interior de mi casa,
                                          ¿qué haré de su exterior...?
Si te desnudas, será nada la llovizna, su belleza
los horrores del paisaje escritos en la ventana.

-Estoy desnuda, atada a lo reluciente, al vaho de la noche, a su magia, a los embrujos de mi cuerpo; esa asombrosa cárcel que se confunde con mi yo.

Sé que me descubres torpemente rodando entre los cuartos,
me rozas suave como brizna de luz;
pero hay algo entorpeciendo el sueño:
                      una sombra,
                          un manto de oquedad,
                             un chorro bramando.

Despierto jadeando.

-Esta habitación es otra si estamos solos, los muros se vuelven imágenes, se transfiguran, tiembla mi espalda desnuda ante la levedad del aire, ante la sospecha de ser un grabado de Miguel Ángel o de Dalí rugiendo en los ocres de la tinta.

Oigo subir tu sangre tibia,
el vagido de mi boca disloca tus pezones,
                                   humedece tu sexo si lo palpo.

Te recoges en la sombra.
Caigo en tu cauce,
me estremezco, me voy muriendo en ti.
La ciudad es una perra herida en cuatro partes,
en las que nos perdemos huyendo como lobo solitario, sin manada.
La casa es un jardín floreciendo en tu tacto;
la vida, el mundo, la gente nos premia con su olvido.
Y el ciego de ayer insiste otra vez en tocar a la puerta
de esa casa del rosal donde ya no vive nadie,
en la que tú y yo jugamos a escondernos.
Su perro, también ciego (vigía inconsolable), le es fiel.
Así logra atravesar el jardín
caminando sobre la ceniza de sus sueños.

-¡Ea! -dice- vengo del Sur. Corro entre rudas visiones y bullicios, un rostro de muchacha (casi feliz de verme) se deshace entre la multitud de rostros. ¿Quién habrá herido la ciudad tan mortalmente y ha transformado el patio de su casa en campo de fusilamiento,
guerra del olvido,
lugar de lo imposible,
castillo de la angustia,
techo del degollado,
promiscuidad del necio,
guarida de ladrones,
tierra del desamparo,
refugio del perverso?

Lo contuvo un silencio de espesura, un llamado a la muerte.
El mar entró en nosotros como un lienzo de espadas.
Lloramos jadeantes,
con aquellos jipidos en los que solíamos querernos.
Llovíamos sobre la ciudad,
rodábamos sobre el cieno hasta hundirnos,
                                            nos dorábamos en el fuego.

- ¡Ea, la gente de esta casa!
Y ninguno osaba interrumpir el viaje.
Quedábamos en silencio, mordiéndonos los labios,
y una respiración ahogada y pedregosa enmudecía en nuestros pechos.
Estar vivo o muerto, da lo mismo:
                       el paisaje revienta de sobriedad y espesura,
estamos en el sueño como olvidados de nosotros a plena luz del día.

Muero y no es tan diferente:
sigo en lo mismo
dando vueltas, huyendo de los perros,
buscándote en el parque, en el reflejo de los árboles,
con aquel terrible dolor en las rodillas (sólo que no están tus caricias).
Y me siento en el banco del Sur que lleva nuestros nombres.
Y están los mismos viejos y las palomas en vuelo
ejecutando cabriolas,
como nerviosas trapecistas en los alambres del tendido eléctrico.
Allí está nuestra tumba,
nuestro Taj Mahal
por el que corríamos hasta la sombra del samán en las mañanas. Vivíamos como aquellos amantes hindúes, que se encerraron en un pozo a hurgarse los sexos, a comerse, a practicar el acto de amarse hasta morir.
Se levanta como una fortaleza de piedra.

Nuestra mesa está llena (con duraznos, yogur, miel, vino y una variedad de asados y ensaladas sobre un juego de vajillas de cerámica y oro del Japón)
sin que el hambre llegue aún.
Mis deseos atentos a tu cuerpo
                                            en penitencia...

Tu sombra se arrastraba sobre los mosaicos, andaba en la terraza atravesada por el humo de la marihuana, con el temor de ser descubierta por la noche, como una hiena en asecho.

Fuera de allí sólo hay destrucción.
Las calles están llenas de jóvenes suicidas,
la catedral se hace añicos en nuestros ojos.
Un interminable charco de agua y sangre sobre el piso
                              refleja el techo cóncavo invertido.
Nuestro destino era jugado a los dados por soldados semitas,
la destrucción lamió la ciudad con pasión ciega.
Allí, aún las sombras no encuentran lugar para reflejarse de pie, incorporadas.
Tenían que arrastrarse sobre un tapiz de lloro.
Sólo nuestra casa permaneció erguida
y nuestros cuerpos intactos.

El Sur oscurecía a nuestro lado, nos embebía: El héroe entra a la casa, (ignoramos aún su condición de torturado), juega con los niños, y nosotros usamos nuestras máscaras, representamos nuestro débil papel de preocupados. Y él, sin brazos ya, se empeña en secar nuestras lágrimas y en remendar nuestras penas, mientras nosotros gritamos ¡fuego! Aún así, él no se fue sin dejarnos su tibio corazón palpitando en nuestras manos.

Te acicalabas el cuerpo con aceite de sándalo,
mientras ibas danzado el Bharatanatya, como inclinándote en la sombra,
sostenida por un delgado hilo de sueños y profundas soledades.
Reíamos; teníamos seis años, tal vez cinco,
                                           cuando oímos ese nombre:
Bagdad, la capital del tiempo.
Desde esa ciudad, un ángel nos invitaba a la huida.

Te arreglabas las trenzas,
mientras tu abuelo te mostraba la proa
                        de un bergantín varado sobre las rocas.
Sobre la legendaria ciudad llovía fuego,
y nosotros nos cubríamos ansiosos bajo el árbol.
El puente en llamas nos atraía con una fuerza centrífuga, tu ombligo
atrapado por los espesos paisajes de Las Mil y Una Noches
                                                                                    acontecíamos.
La vida nos salpica con la ironía de mostrarnos
la oblicuidad del tiempo y sus demoras.
Allí y en aquel instante lo entendimos:
Scheherezade conducía la trama tejida con un hilo de sangre,
nos llevaba a prisa queriéndonos salvar de la voraz columna de guerreros.

¡Oh tu!, reina de los deseos, del clan oscurecido
nos hacía descender al azufre. A sus pasos quedaban los rumores del perfume, el olor tibio de la tierra quemada y los toscos recuerdos de su niñez, en la que disfrutaba la tierra como un manjar de asados aderezado con limón y especies. En verdad, era exquisito mirar aquella danza de gacela embriagada con la que solía moverse entre los árboles ancianos del bosque de bambúes que le servía de refugio.

Su cabellera dorada le cubría el rostro
lleno de trazos geométricos, de planos de la ilusión, de signos sagrados, antiquísimos,
ofrecido al sacrificio en la mezquita de Mirjan.

Su cuerpo suspendido ardía en llamas: el cuerpo oculto del guerrero, trasciende, busca la superficie. Bajo la leve llovizna fosforece como una antorcha. Se deshace, floreciendo una rosa de tristeza oscurecida. Nadie sabe, ni puede, ni debe pronunciar su nombre en el momento de su fusilamiento. Ya lo hemos olvidado.

No nos encontramos en el tiempo en que nos tocaba morir en nombre de los otros.
Esta era la piedad que prodigaba la cicatriz del sueño.
La casa envejece sumergida en tinieblas de polen de cerezos,
la galería y los cuartos están llenos de perros;
así entendemos la brevedad del miedo en sus afanes.

El hombre entró de pie al borde de la historia,
dormía con la muerte,
obvió la estocada de la sombra,
y así creó este río de sangre hacia la áspera luz de las mañanas,

los duros pasadizos por donde huyes entrando en ti,
en tu aposento. Allí duerme la muerte,
como una enana cuya tristeza duplica su tamaño;
estamos en su yantar de la mañana,
nos cobija su sombra de delgada enfermera.
Nos decimos adiós:
un beso en la comisura de tu boca clausura la vida.





T. S. Eliot
Muerte por agua

Flebas, el Fenicio, que murió hace quince días,
olvidó el chillido de las gaviotas y el hondo mar henchido
y las ganancias y las pérdidas.
Una corriente submarina
recogió sus huesos susurrando. Cayendo y levantándose
remontó hasta los días de su juventud
y entró en el remolino.
Pagano o judío
oh, tú, que das vuelta al timón y miras a barlovento,
piensa en Flebas, que otrora fue bello y tan alto como tú.


Los hombres huecos

I

Somos los hombres huecos,
los hombres rellenos de aserrín
que se apoyan unos contra otros
con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
Ásperas nuestras voces, cuando
susurramos juntos
quedas, sin sentido
como viento sobre hierba seca
o el trotar de ratas sobre vidrios rotos
en los sótanos secos
contornos sin forma, sombras sin color,
paralizada fuerza, ademán inmóvil;
aquellos que han cruzado
con los ojos fijos, al otro Reino de la muerte
nos recuerdan -si acaso-
no como almas perdidas y violentas
sino, tan sólo, como hombres huecos,
hombres rellenos de aserrín.


El primer coro de la roca

Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
el cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.


East Cocker, de Cuatro Cuartetos

En mi comienzo está mi fin, en sucesión se levantan y caen casas,
se desmoronan, se extienden, se las retira, se las destruye, se las restaura,
o en su lugar hay un campo abierto, o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
viejas hogueras para cenizas, y cenizas para la tierra, que ya es carne,
piel y heces, hueso de hombre y animal, tallo y hoja de maíz.
Las casas viven y mueren, hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y engendrar,
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo,
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.
En mi comienzo está mi fin. Ahora cae la luz a través del campo abierto,
dejando la hundida vereda tapada con ramas, oscura en la tarde,
donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección hacia la aldea,
hipnotizada en el calor eléctrico.
En cálida neblina, la sofocante luz es absorbida, no refractada,
por piedra gris, las dalias duermen en el silencio vacío,
esperad el búho tempranero
(...)
Llevando el compás, marcando el ritmo en su danzar,
como en su vivir en las estaciones vivas,
el tiempo de las estaciones y las constelaciones,
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar,
el tiempo de aparearse hombre y mujer y el de los animales,
pies subiendo y bajado, comiendo y bebiendo, estiércol y muerte.
La aurora apunta, y otro día se prepara para el calor y el silencio.
Mar adentro el viento de la aurora se arruga y resbala.
Estoy aquí, o allí, o en otro lugar, en mi comienzo.
Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;
y luego cojeando, cojeando la novia.




Stefan George

*El original en aleman

PEREGRINACIONES

Vuestras antiguas imágenes duermen con los muertos.
Me falta el poder de reviviros.
Se me vedaron los verdaderos pastos;
ahora paladeo la suntuosidad plena de corrupción.

Herido por sonidos enervantes
contemplo el valle azul, cubierto de praderas.
Las garzas blancas y de color de rosa huyeron,
al lago cercano que reposa y destella como acero.

Ella avanzó majestuosa, como acompañando a los sonidos.
Su dedo se sostuvo y tensó
los cordones de seda de sus atavíos salvíficos
que de noche hiló con madejas de hierba.

¡Oh sabio juego, adivinar el través de esta envoltura!
En mis pensamientos seguíamos siendo dos,
antes de que ella, tras bejucos florecidos
se marchara lenta hacia el lago cercano.

*Ihr alten bilder schlummert mit den toten.
Euch zu erwecken mangelt mir die macht.
Die wahren auen wurden mir verboten.
Nun kost ich an verderbnisvoller pracht.


Gretoffen von berauschenden gerüchten
Erblick ich in dem blauen wiesental
Die reiher weiss und rosafarben flüchten
Zum nahen see der schläft und glänzt wie sthal.


Da schritt sie wie im ebenmass der klänge.
Ihr hochgestreckter finger hielt und hob
Der bergenden gewänder seidenstränge
Die sie bei nacht aus weidenflocken wob.


O weises spiel durch diese hüllen ahnen!
In meinen sinnen blieben wir ein paar
Bevor sie hinter blumigen lianen
Zum nahen see hinabgeglitten war.


de HELIOGÁBALO
Wenn um der zinnen kupferglühe hauben…

Cuando alrededor de las cobrizas cúpulas de las azoteas
por todas las fachadas sólo el sol palpita
y el frescor alienta aún en cortes de basalto,
entonces las palomas aguardan a su emperador.

Él viste túnica de azul seda,
sembrada de sardónices y zafiros,
guarnecida en su orla de cápsulas de plata,
mas en los brazos no lleva joya alguna.

Sonreía. Sus blancos dedos regalaban
granos de mijo de la dorada artesa,
cuando un lidio impávido surgió de las columnas
y a los pies de su señor humilló la frente.

Las palomas vuelan asustadas hacia el techo.
“Muero conforme, pues que mi rey tembló”.
Ancho puñal ya se hunde en su pecho.
Con verde zaguán juega la roja charca.

El emperador se retiró, con ademán de mofa…
Pero el mismo día ordenó, como recuerdo
que en la copa vespertina de vino
se grabase el nombre del esclavo.

*Wenn um der zinnen kupferglühe hauben
Um alle giebel erst die sonne wallt
Und kühlung nocht in höfen von basalt
Dann warten auf den kaiser seine tauben.


Er trägt ein kleid aus blauer Serer-seide
Mit sarden und saffiren übersät
In silberhülsen säumend aufgenäht.
Doch an den armen hat er kein geschmeide.


Er lächelte. Sein weisser finger schenkte
Die hirsekörner aus dem goldnen trog.
Als leis ein Leyder aus den säulen bog.
Und an des herren fuss die stirne senkte.


Die tauben flattern ängstig nach dem dache
“Ich sterbe gern weil mein gebieter schrak”
Ein breiter dolch ihm schon im busen stak.
Mit grünem flure spielt die rote lache.


Der kaiser wich mit höhender gëbarde..
Worauf er doch am selben tag befahl
Dass in den abendlichen weinpokal
Des knechtes name eingegraben werde.


HIMNOS

Al satén azul, en la tienda de acampada
lo cobijan bandadas de aúreas luna y estrellas;
Sobre un pedestal se han dispuesto, en el extremo
los vasos de malaquita y alabastro.

Tres cadenas sostienen lámpara de cobre
que de nuestras frentes pálido fulgor vela.
Nos cubren los pliegues de un ancho manto
y ¡que no nos falte un haz de mirtos!

Pronto atendemos, de la bebida, la voz de oráculo
sobre tapices hilados con suave fibra.
El muchacho, atento a cada guiño
se inclina dignamente ante el gospodar…
Entreveo, como en mágica fuente
el tiempo remoto en que aún yo era rey.

*Den blauen atlas in dem lagerzelt
Bedecken goldne mond- und sternenzüge.
Auf einen sockel sind am saum gestellt
Die malachit- und alabasterkrüge.


Drei ketten eine kupferampel halten
Die unsrer stirnen falben schein verhehlt.
Uns hüllen eines weiten burnus falten
Und – dass uns nicht ein myrtenbüschel fehlt!

Bald hören wir des tranks orakellaut
Auf teppichen aus weichem haar gesponnen.
Der knabe wohl mit jedem wink vertraut
Verbeugt sich würdig vor dem hospodar...
Mir dämmert wie in einem zauberbronnen
Die frühe zeit wo ich noch könig war.


O mutter meiner mutter und Erlauchte…

Oh, madre de mi madre, y excelentísima
¡cómo me turba la sucesión de tan severas palabras!
Tu reproche porque mi espíritu no te pertenece,
porque yo, descuidado, sin fruto lo disipé.

¿Recuerdas cuántas lanzas hendieron el aire
cuando yo en el Oriente luché por la corona,
y alabanza y reproche sonó para el temerario
que por entonces no había tomado aún la tierra?

No es debilidad lo que me aparta de vuestro trato;
he comprendido la locura de vuestro proceder.
¡Oh, déjame, ni afamado ni odiado,
libre de vagar por los caminos acotados!

y no busques alejar de mí al hermano
-¿aún en el sueño percibí tu mirada?-,
a quien encadenas ferviente a una absurda tarea,
revistiéndole con tus deseos de ropajes de esclavo.

Mira, soy frágil, como la flor del manzano
y manso como un cordero recental,
aunque yacen hierro, piedra y yesca
peligrosamente en el alma atormentada.

Desciendo por una escalera de mármol;
un cadáver decapitado en medio se agita;
allí rezuma la sangre de mi caro hermano:
yo sólo recojo, quedamente, la cola del manto púrpura.

*O mutter meiner mutter und Erlauchte
Wie mich so ernster worte folge stört:
Dein tadel weil mein geist nicht dir gehört
Dass ich ihn achtlos ohne tat verhauchte.


Gedenkt es dir wie viele speere pfiffen
Als ich im Osten um die krone rang
Und lob und vorwurf dem Verwegnen klang
Der damals noch die erde nicht begriffen?


Nicht ohnmacht rät mir ab von eurem handeln.
Ich habe euren handels wahn erfasst.
O lass mich ungerühmt und ungehasst
Und frei in den bedingten bahnen wandeln.


Und wolle nicht den bruder mir entfremden
- Erkannt ich doch im schlaf dein augenmerk? –
Du fesselst eifrig ihn an blödes werk.
Dein zwang verkleidet ihn mit sklavenhemden.


Sieh ich bin zart wie eine apfelblüte
Und friedenfroher denn ein neues lamm.
Doch liegen eisen stein und feuerschwann
Gefährlich in erschüttertem gemüte.


Hernieder steig ich eine marmortreppe.
Ein leichnam ohne haupt inmitten ruht.
Dort sickert meines teuren bruders blut.
Ich raffe leise nur die purpurscheleppe.

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