lunes, 25 de enero de 2010

Poemas de René del Risco Bermúdez, Julio Cortázar y Marguerite Yourcenar


René del Risco Bermúdez

EL VIENTO FRÍO


Debo saludar la tarde desde lo alto,
poner mis palabras del lado de la vida
y confundirme con los hombres
por calles en donde empieza a caer la noche.

Debo buscar la sonrisa de mis camaradas
y tocar en el hombro a una mujer
que lee revistas mordiendo un cigarrillo;
ya no es hora de contar sordas historias
episodios de irremediable llanto,
todo perdido, terminado.

Ahora estamos frente a otro tiempo
del que no podemos salir hacia atrás,
estamos frente a las voces y las risas,
alguien alza en sus brazos a un niño,
otros hay que destapan botellas
o buscan entretenidamente alguna dirección,
una calle, una casa pintada de verde
con balcones hacia el mar...

Debo buscar a los demás,
a la muchacha que cruza la ciudad
con extraños perfumes en los labios,
al hombre que hace vasijas de metal,
a los que van amargamente alegre a las fiestas.

Debo saludar a los camaradas indiferentes
y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
porque todo ha cambiado de repente
y se ha extinguido la pequeña llama
que un instante nos azotó,
quemó las manos de alguien, el cabello,
la cabeza de alguien.

Ahora se acaban aquellas palabras,
se harán ceniza del corazón,
se quedarán para uno mismo...

Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,
el viento frío que acerca su hocico suave
a las paredes,
que toca la nariz, que entra en nosotros
y sigue lentamente por la calle,
por toda la ciudad...


Eurídice Invencible

Digo amor
y es el tiempo de los pasos cantando
y la invencible alondra que cuidó nuestro invierno.
Digo amor
y de pronto principio a conocerte
inmóvil junto al muro
con tu voz resignada...
Digo amor
y camino buscándote el aliento
con la misma mirada con que escribí tu nombre
al sur de aquella tarde
que, tibio, el mar lamía,
para que tú me dieras tu beso repetido.
Digo amor,
y regresas hacia los pastizales
aromados de lluvias y cercanas violetas;
tu cabeza de niña busca el dormido pecho
donde los días sueñan con tu risa y tu frente.
Digo amor
y hago un alto bajo el cielo que rueda
hacia ti suavemente, como rueda este canto
con que yo te recuerdo imperdonablemente...
Digo amor,
y esta isla tendrá tu nombre:
Eurídice...!




 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Julio Cortázar

NOCTURNO

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.


EL BREVE AMOR

Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en le espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo-
(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos ?)


PARA LEER EN FORMA INTERROGATIVA

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.


HAPPY NEW YEAR

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.


EL INTERROGADOR

No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adonde van las nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Roc.


ESTA TERNURA

Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?


TALA

Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos labios que saben
todas la tablas de multiplicar y las poesías más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,
me quito las uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve
esa manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las perchas
donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.
Arree con la casa, fuera de todo,
déjeme como un hueco, o una estaca.
Tal vez entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, eso boy scout,
y esté igual que la alfombra que ha aguantado
su lenta lluvia de zapatos ochenta años
y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde
se borraron los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin vos diga tu nombre cierto
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.


HABLEN, TIENEN TRES MINUTOS

De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.
Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.


AFTER SUCH PLEASURES

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.


EL NIÑO BUENO

No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal. Opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.



Marguerite Yourcenar

El poema del yugo

Las mujeres de mi país llevan sobre los hombros un yugo;
su corazón pesado y lento oscila entre esos dos polos;
a cada paso, dos grandes baldes de leche chocan
uno con otro contra sus rodillas;
el alma materna de las vacas, la espuma del pasto masticado,
brotan en olas nauseosas dulces.

Soy igual que la sirvienta de la granja;
a lo largo del dolor me avanzo de un paso firme;
el balde del lado izquierdo está lleno de sangre;
puedes beber y saciarte de ese pujante jugo.
El balde del lado derecho está lleno de hielo;
puedes inclinarte y contemplar tu rostro laso.
Así voy entre mi destino y mi suerte,
entre mi sangre caliente y líquida y mi amor límpido muerto.
Y cuando esté segura que ni espejo ni bebida
pueden ya distraer o sosegar tu corazón salvaje,
no quebraré el espejo resignado,
no volcaré el balde donde sangró toda mi vida.
Iré llevando mi balde de sangre en la noche negra
allí donde están los muertos que en él a beber vendrán.
Iré donde están las olas con mi balde de hielo;
el breve gemido de la orilla será menos dulce que mi llanto;
un rostro pálido grande se asomará a la duna
y ese espejo, que ya no quieres, reflejará la faz calma de la luna.


Erótico


Tú la avispa y yo la rosa;
tú el mar, yo la escollera;
en la creciente radiosa
tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
en mis ojos tú brillando;
tú el río y yo el puente;
yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
y en los labios el caudal
del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
azul cruzando su vuelo,
como el alma atiza el fuego.


Hospes comesque


Cuerpo llevando el alma, siempre vanamente
vuelvo a pensar en ti y te vuelvo a olvidar;
corazón infinito en el cáliz naciente;
boca que busca el nuevo verbo de besar.

Mares de navegar, fuentes para beber;
trigo y vino ritual en la mesa mezclados;
refugio de dulzura el vago adormecer;
tierra que se despliega en los pasos alados.

Aire que me llenas de espacio y de equilibrio;
nervios por donde viaja el cóncavo delirio;
mirada interrumpida en el vasto universo.

Cuerpo, compañero, juntos nos moriremos.
No puedo no querer la sombra que tenemos,
no apresar con ella el resplandor de un verso.


Fuegos


Lo mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra. Leda decía: “Ya no soy libre para suicidarme desde que me he comprado un cisne”.

La muerte es un sacramento del que sólo son dignos los más puros: muchos hombres se deshacen,
pero pocos hombres mueren.

No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir.

Que no se acuse a nadie de mi vida.

No soporté bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.

Existe un plan general para el universo. Sólo salimos en los momentos sublimes.

En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.

Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.


Ídolos


Amor, al principio
de carne y de oro como un César
salvaje te cebé;
íncubo, tu pecho pesaba
y tu beso agotador
cansó mi boca.

Luego te vi ensangrentado;
caminabas, titubeando,
Bajo la escuadra terrible;
víctima atravesada en el flanco,
a tus pies derramé
todo el nardo de la tierra.

Te veo pálido y bello:
tu carne es una antorcha
hecha de cera y fuego;
yo abrazo, delicia pura,
tu cara desconocida,
idéntica a mi alma.

Y te veré pensativo
en el último arrecife,
dulce provocador de naufragios
sombrío dios sin devotos;
tus amapolas nocturnas
me curarán de las rosas.




Versos gnómicos


Te vi crecer como un árbol,
eternidad inefable;
te vi endurecerte como un mármol,
indecible realidad.

Prodigio cuyo nombre se me escapa,
granito, para el cincel, inflexible;
felicidad compartida por el pájaro
y por el agua que el perro bebe.

Secreto que hay que saber y callar,
todo lo que dura es pasajero;
siento girar la tierra
y el cielo de astros ligero.

¡Sonreíd, muertos bien acostados!
Todo pasa y sin embargo dura;
las briznas de la verdura
nacen del grano de las rocas negro.



Versos órficos


Según las tablillas encontradas en
tumbas de Grecia y de Grecia Grande

En el umbral de la puerta negra,
a la derecha, a los pies de un álamo,
corre el agua de olvidar.

Brota a la izquierda el agua de Memoria;
cristal helado, frío licor,
el agua de Memoria está en mi corazón.

Allí beben mi pena y mi alegría;
residen en su ribera los sabios:
yo les diré, Temo la muerte.

Soy hijo de la tierra negra
pero también del cielo estrellado;
¡abridme la puerta de la gloria!

La imagen del tiempo transcurrido
se refleja en mi memoria;
el espejo puro no se enturbia.

Abridme el pozo de la gloria...

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